La sequía barruntaba una tragedia. Había que ser diligentes y tomar una decisión racional. El cura cogió el mando y ordenó sacar al santo local, hacer una rogativa y esperar la lluvia. Unas sardinas de cuba a los pies de la imagen le arrearía la sed necesaria para que el agua llegara. Y así fue. Nadie olvida el diluvio de aquel día y la estampida del cura dejando y al santo y los devotos a merced del pedrisco. Quizá demasiadas sardinas.
La Mancha es una demarcación sin límites precisos, un terreno semiárido donde la codicia de los terratenientes y la pasividad cómplice de los políticos provocaron la desaparición de acuíferos, de humedales milenarios donde las aves migratorias pasaban temporadas, si escapaban a las escopetas al final de su agotador viaje. De sobra lo saben las tórtolas cosidas a perdigonazos.
El agua fue el motivo de la revuelta popular en el campo de Montiel cuando corría 1987. Villanueva de la Fuente se quedó seca cuando la familia del duque del Infantado sondeó la tierra hasta 150 metros para duchar sus maizales. La plebe fue a por los nobles y les tumbaron la red eléctrica que activaba los pivotes de riego. La guerra del agua llamaron a esta pequeña revolución donde no faltaron caballos de la guardia civil, heridos y detenidos. La lucha no fue en vano y el agua volvió a los huertos de esta comarca lopesca.
Y fue Miguel de Cervantes, el mayor rival de Lope, quien inmortalizó a Ruidera, la señora que convirtió Merlín en un lagunar, a modo de castigo, junto a sus hijas y sobrinas. Poco faltó para que el agua de este oasis en plena Tierra Seca se fuera por el Canal de la Huerta a regar frutales del Levante . Una ocurrencia muy cara para un país pobre.
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